jueves, 8 de marzo de 2018

Venezuela y el concepto de Fidel Castro

Por Omar Rafael García Lazo.La América Latina y el Caribe vive hoy tal vez uno de los momentos más definitorios de su historia política. Justo donde nació el ansia independentista y el padre Libertador, se juega la región lo poco que le queda de soberanía y orgullo propio.

Una maraña de intrigas, mentiras, presiones y amenazas de todo tipo se tejen contra la Revolución Bolivariana, horcón principal que sostiene las banderas de Bolívar y Martí, las que intentan arriar del asta en que las colocó Hugo Chávez.

En medio de este colosal y estratégico desafío que implica para los verdaderos revolucionarios la defensa del proyecto bolivariano, resuenan nuevamente las palabras de Fidel Castro el 1ro de mayo de 2000 en la Plaza de la Revolución de La Habana, cuando en sintéticas oraciones plasmó el concepto de lo que es un revolucionario.

Vienen esas palabras insistentemente en este contexto, cuando con dolor se aprecia cómo el
perfectible, pero glorioso proceso venezolano, recibe, además de los ataques del enemigo histórico de los pueblos y las oligarquías aliadas, las críticas de un sector pretendidamente de izquierda. Unas, propaladas por el desconocimiento y la falta visión estratégica; otras, hijas de la mezquindad, el cálculo político o incluso el miedo.

La práctica revolucionaria cubana, intachable en su conducta solidaria y de respeto hacia los disimiles procesos revolucionarios desde el siglo XIX hasta hoy, se fundamenta en el principio martiano de que es importante ver de qué lado está siempre el enemigo y ponernos todos juntos, siempre, del otro lado. Principio no dogmático sino dialéctico en su esencia y que Fidel Castro lo sublima cuando en su concepto expresa que Revolución es tener sentido del momento histórico.

La herencia martiana

Para su proyecto, bebió Martí de los próceres. Y en todos privilegió la luz más que las sombras, y cuando las señaló, lo hizo con el amor justiciero que emana del compromiso histórico y de la comprensión del contexto.

De Bolívar habló como habla un hijo del padre amado. Sin justificar el equívoco, lo alza como enseñanza y bandera: “Acaso, en su sueño de gloria, para la América y para sí, no vio que la unidad de espíritu, indispensable a la salvación y dicha de nuestros pueblos americanos, padecía, más que se ayudaba, con su unión en formas teóricas y artificiales que no se acomodaban sobre el seguro de la realidad.” Y concluye diciendo de El Libertador: “¡Así, de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!”

Sobre Carlos Manuel de Céspedes, considerado en Cuba como el Padre de la Patria y sobre Ignacio Agramonte escribió Martí. Ambos fueron compañeros en la lucha y objetantes en la modelación de la República en Armas, la primera que se levantó en los campos insurrectos cubanos. Céspedes representó a los patricios y Agramonte a los hijos que los siguieron en la primera guerra.

Sobre Céspedes dijo Martí: “Como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra. (…) Mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro.”

Y enseguida, José Martí hace referencia a Agramonte, quien “se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que, acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla”. Y cuenta Martí que el joven general, al escuchar la censura que hacían sus oficiales sobre el gobierno de Céspedes, se puso en pie, “alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: ¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!”.

De esas grandezas bebió José Martí. De esos hombres que jamás cedieron a la intriga ni a la división y que sus luces llegaron más lejos que sus errores. Y como en un crisol, Martí asume ese legado y lo enriquece y crece con él el nuevo proyecto emancipador y revolucionario en busca de la segunda y definitiva independencia, no de Cuba, que seguía sumida a España, sino de Nuestra América, que ya languidecía frente al dominio económico y político de Estados Unidos.


Esa es la herencia martiana que asume Fidel en su práctica revolucionaria. Herencia que le permite entender la situación cubana ligada a la región y el mundo, lo que lo hizo -lo hace- universal; y también apreciar con meridiana claridad la correlación de fuerzas en la que emergió, resistió y vence la Revolución Cubana. Pero nada hubiera sido posible para Fidel y las generaciones que lo acompañaron si no hubieran tenido confianza en la victoria, firmeza en los principios y visión estratégica.

El compromiso de Cuba

Cree el mediocre mezquino que la solidaridad cubana para con Venezuela se mide en petróleo. Como si la Isla no pudiera, una vez más, continuar su camino sola.

Pero por Martí supimos valorar a Bolívar y con ambos comprendimos que Patria es Humanidad; y que del Río Bravo hasta la Patagonia, somos una misma cultura y que juntos podemos enfrentar los más cruciales desafíos.

Y si eso no bastara, de Venezuela surgió Chávez, quien supo comprender el momento histórico de su patria y la región y encarnó en sí los sueños bolivarianos del Ché, Mariategui, Cárdenas, Farabundo y Sandino. Y fue de Cuba y de Fidel, el mejor amigo.

Por eso el concepto de Revolución de Fidel Castro arranca subrayando la importancia de que cada revolucionario tenga sentido del momento histórico, sepa identificar el enemigo, y sea solidario, que es ser internacionalista, con el que empeña la vida por una causa tan noble y justa como lo es la causa bolivariana y venezolana.

Como dijo el presidente Raúl recientemente en Caracas, parece que “algunos han olvidado las lecciones del pasado, los crueles años de las dictaduras militares, del impacto del neoliberalismo, que intentan reinstaurar las nefastas consecuencias que tuvieron para nuestra región las políticas de chantaje, humillación y aislamiento que, como entonces, tienen en Estados Unidos a su principal articulador”.

La Revolución Bolivariana no precisa hoy de señalamientos por más justos que parezcan. Lo que amerita es lealtad y grandeza en el compromiso de todo el que se sienta antiimperialista. Venezuela reclama de todos: apoyo, solidaridad y acompañamiento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar.