lunes, 6 de mayo de 2019

Una tradición perdida

La celebración del 1 de mayo, el día internacional de la solidaridad de los trabajadores, representa perfectamente cómo, cinco años después de la declaración oficial del curso hacia la integración europea de Ucrania, el país del victorioso Euromaidan está aún más lejos de la Europa moderna.

En la mayor parte de los países europeos, en 1 de mayo es un día importante en el que las personas se reúnen, no en barbacoas, sino en las calles y las plazas para manifestar sus intereses comunes. Hace un año pude comprobarlo al participar en la gran manifestación
que tuvo lugar en el centro de París. Miles de personas -trabajadores, estudiantes, sindicalistas y partidos de izquierdas- pararon el tráfico de las principales avenidas de la capital francesa para exigir mejores salarios y el final de los despidos en el sector público y para protestar contra la comercialización de la educación universitaria.

A la policía le llovieron piedras, las ventanas de bares y boutiques cayeron en pedazos y ardieron restaurantes caros y el concesionario de limusinas de una empresa mundialmente conocida. Era evidente para todos que los trabajadores franceses representan una fuerza organizada y cohesionada, algo que probaron al mundo con el inicio de la campaña de protestas de los “chalecos amarillos”. Pese a todos los intentos del Gobierno de Emmanuel Macron de acabar con el movimiento, que comenzó en noviembre y contra el que ha utilizado todos los medios a su alcance, las protestas continúan. Y en París, el 1 de mayo miles de personas, entre ellos chalecos amarillos y banderas rojas, volvieron a salir a las calles.

En Ucrania no hay nada por el estilo pese a que la posición social de los trabajadores ucranianos es mucho más dura en comparación con la situación de la clase trabajadora europea. La victoria de Euromaidan acabó de golpe con todo el movimiento de izquierdas. Sus miembros fueron casi oficialmente calificados de quinta columna del Kremlin y la militante política de descomunización puso a la mayor parte de las organizaciones de izquierdas fuera de la ley a base de prohibir sus símbolos, sus programas ideológicos y, lo que es más importante, haciendo de la izquierda un blanco legal para los ataques fascistas.

El Instituto de la Memoria Nacional, dirigido por el fanático político derechista Volodymyr Vyatrovich, intentó abolir el 1 de mayo a base de hacer que no fuera un día festivo. El único motivo por el que no se ha hecho es que el Gobierno ucraniano no ve peligro alguno en esta desdibujada fiesta. Al fin y al cabo, nadie se manifiesta por las calles de Kiev a excepción de un puñado de representantes que nadie conoce de grupos completamente marginales de la Federación de Sindicatos de Ucrania, completamente leal a las autoridades, o extras contratados por Ilya Kiva, que compró el control sobre el Partido Socialista de Ucrania. Los trabajadores prefieren celebrar esta fecha en las haciendas de las afueras que, como en los años noventa, se han convertido en imprescindibles para la supervivencia del proletariado ucraniano.

Es evidente también que los sindicatos ucranianos tradicionalmente han tenido escasa influencia y que han dependido siempre de los diferentes grupos políticos. Pero con la victoria de Euromaidan desapareció lo poco que quedaba de su papel en la vida pública del país. La Confederación de Sindicatos de Ucrania, cuyos representantes apoyaron Maidan -el vínculo entre su líder, Mijail Volinets y Yulia Timoshenko viene de tiempo atrás- recibe cada vez más presiones del Gobierno, pese a su completa lealtad política. En los dos últimos años, los servicios de seguridad han acosado repetidamente a los organizadores de protestas sociales, amenazándoles con acusaciones de separatismo, que finalmente se presentaron oficialmente contra los organizadores de las protestas del transporte de Kiev. Volinets y sus activistas también han sido interrogados sin la presencia de sus abogados, tras lo cual el líder sindical amenazó con una huelga de hambre y acusó al SBU de “impedir deliberadamente el trabajo de los sindicatos del país”.

Los éxitos de los sindicatos son actualmente escasos y se limitan a algún pago parcial de deudas de salarios, que en términos generales continúan aumentando. Los sindicatos no tienen capacidad de influir en los procesos que están afectando masivamente a los trabajadores de Ucrania: no pueden impedir la liquidación de empresas, reducción de días de trabajo y despido de trabajadores, el descenso de los salarios y eliminación de prestaciones sociales. Además, contra la participación en acciones sindicales cada vez se utiliza más a hombres armados. Por ejemplo, miembros del Praviy Sektor apalearon al líder del comité sindical de la mina Novovolinskaya y lo hicieron frente a la oficina del director de la mina. Según los mineros, los nacionalistas actuaron a petición de las autoridades. La oficina del Praviy Sektor está situada al lado de la comisaría de policía.

Cinco años después de Euromaidan, Ucrania es uno de los estados más a la derecha en el mundo actual, solo comparable a las más odiosas monarquías islamistas. Los defensores de Euromaidan han desmantelado prácticamente al completo cualquier rastro de ideología de izquierdas, sin la que es imposible concebir la estructura política de la Europa moderna. Y mientras los radicales nazis están prohibidos en gran parte de los países europeos, en Ucrania se sienten a gusto, ocupan puestos de diputado, jefe de policía y abiertamente muestran su ideología, como se ha hecho esta semana en el centro de Kiev, donde la extrema derecha ha colgado un gigante cartel en honor a la Division Galizien de las SS.

¿Hay alguna esperanza de superar esta situación? El masivo voto protesta contra Poroshenko, que personificaba a este régimen que se ha establecido después de Euromaidan, muestra que la semiprohibida izquierda tiene potencial electoral. Para revivir la izquierda hay un requisito imprescindible: la democratización de la sociedad ucraniana, que es la esperanza de muchos ciudadanos del país. Aunque ahora esas esperanzas parezcan ilusiones poco realistas.

Sin embargo, todo depende en gran parte de si los activistas de izquierdas están dispuestos a hacer revivir a la izquierda. Para empezar, necesitan recordar y mantener la tradición ucraniana del 1 de mayo, que se celebró por primera vez en el Lviv austrohúngaro en 1890 y unos años más tarde comenzó a celebrarse regularmente en el territorio del Imperio Ruso: Kiev, Jarkov, Ekaterinoslav, Odessa. El rico legado cultural de la izquierda ucraniana, con nombres emblemáticos como Ivan Franko, Lesya Ukrainaka, Mijailo Kotsiubinsky, Alexander Dovjenko o Pavlo Tichin, debe ser recuperado otra vez para las masas y volver a hacer del 1 de mayo un día de lucha por los derechos sociales de los pobres y humillados ucranianos y no un día de barbacoas.

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