miércoles, 30 de marzo de 2022

Adoctrinados en el odio

Imaginen que se pasean por su ciudad y ven a un pequeño grupo de personas. Al acercarse, ven a una chica atada con celofán a una señal de tráfico. La chica tiene los pantalones bajados y está siendo golpeada con un cinturón. La pobre chica llora, grita, suplica que le perdonen. La audiencia ríe y graba lo ocurrido en sus móviles. Se enterarán de cuál es su crimen: robó una chocolatina en una tienda. Se encogerán de hombros y se seguirán su camino. Todo esto es lo normal. ¿Les parece una escena de una novela postapocalíptica o de una historia sadomasoquista? Puede ser, pero es la realidad de Ucrania.

Los castigos extrajudiciales se han convertido en la norma. Personas atadas a señales de tráfico o árboles son rociadas con pintura verde, azotadas con cinturones, varas o simplemente apaleadas, normalmente con sus genitales expuestos. Toda esta indecencia es fotografiada y se graban vídeos que posteriormente son publicados.

En Ucrania, esta humillación es calificada de lucha contra los merodeadores. Inicialmente, la propaganda ucraniana intentó no percatarse de estos incidentes y después algunos blogueros declararon los vídeos como fakes rusos. Sin embargo, ahora hay tantas pruebas de que los linchamientos en ciudades y pueblos ucranianos son ciertos que ya no pueden negarse.

Así que el asesor del Ministro del Interior Vadim Denisenko afirmó que no considera salvaje atar y desnudar a merodeadores en tiempos de guerra. Que un oficial de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado dice algo así, no es que se haya caído bajo, es peor aún. Y hace surgir la pregunta de para qué hace falta un Estado si la propia población puede castigar por sí misma a los suyos. El hecho de que el castigo a los ciudadanos debe venir de los cuerpos oficiales del Estado y nadie más es el pilar del sistema legal de cualquier país, ya que la alternativa es el caos.


En las redes sociales, algunas personas justifican, como hace Denisenko, todo lo que está ocurriendo, escudándose en las acciones militares. En primer lugar, las humillaciones ocurren en ciudades y pueblos que se han visto poco o nada afectados por la batalla. Por ejemplo, en Lviv, que está muy lejos del frente, tres mujeres fueron rociadas de pintura verde y atadas a una señal. Fueron acusadas de robar comida, aunque en la red hay información que dice que no robaron nada y simplemente fueron acosadas por su origen étnico: son romaníes.

En segundo lugar, en cualquier circunstancia, da igual lo difícil que esa sea, debemos mantener la humanidad y no realizar linchamientos contra personas indefensas, sean o no culpables de algo. En Donetsk, en mi memoria, solo una persona fue atada a una señal. Ocurrió en 2014 y la mujer sometida a ese castigo se dedicaba a ajustar la artillería ucraniana. Fue inmediatamente desatada y legalmente detenida. El castigo fue condenado en la República de Donetsk. Se escribió entonces que no debíamos ser como en Maidan ni perder nuestra humanidad.

La práctica de la humillación pública procede de Euromaidan. Allí era común atar a una persona a un poste, arrodillarlas y escribir palabras insultantes en la frente de la pobre persona por algún tipo de ofensa. Recuerdo que, en 2014, activistas de Maidan azotaron públicamente a una mujer por ser defensora de anti-Maidan. Pero las humillaciones públicas en Ucrania han seguido produciéndose en Ucrania después de Euromaidan y mucho antes del 24 de febrero de 2022. En 2018, en Chernigov, un hombre acusado de tener posturas prorrusas fue atado a un poste. Y en 2019 se produjo otra acción similar en Maidan en Kiev.

Pero tras el 24 de febrero, los castigos extrajudiciales se han generalizado. ¿Por qué? No es que sea parte del ADN ucraniano y sería imposible imaginar algo así en la República Socialista Soviética de Ucrania o en Ucrania en tiempos de, por ejemplo, Leonid Kuchma. El hecho es que, en los últimos ocho años, la violencia y el odio contra el vecino han sido cultivados en Ucrania. Se ha adoctrinado a los ucranianos para odiar a los residentes de Donbass. Solo hay que recordar aquel discurso de Petro Poroshenko de 2014: el entonces jefe de Estado afirmó que los niños ucranianos irían al colegio mientras los niños de Donbass estaban sentados en los sótanos. O lo que escribían blogueros y periodistas ucranianos sobre la población de la RPD y la RPL. Cuando no se dedicaban a insultar a los residentes de Donetsk y Lugansk, ridiculizaban el dolor asociado a la guerra. Se puede recordar esa frase que decía que nos bombardeábamos a nosotros mismos. Había una constante deshumanización de la población de Donbass en el campo informativo de Ucrania. Y no solo de la RPD y la RPL: recordemos la reacción del público ucraniano al 2 de mayo en Odessa. “Colorados a la brasa” no es una fase que me haya inventado.

Se enseñó a los residentes de Maidan a odiar a Rusia, pero en realidad se les enseñó a odiar en general. Se les dijo que eran un pueblo libre, al contrario que los esclavos de la RPD/RPL y Rusia. Se les enseñó a odiar a sus vecinos, a informar sobre ellos, a dar nombres de separatistas locales e incluso se repartieron octavillas explicando cómo reconocer a un separatista.

Así que no es ninguna sorpresa que el periodista ucraniano Fajrudin Sharafmal prometiera asesinar niños rusos y promoviera las ideas de Adolf Eichman, uno de los arquitectos del Holocausto. No es sorprendente que el abogado y voluntario ucraniano Hennady Druzennko llamara a castrar a los prisioneros de guerra rusos. Y, por supuesto, tampoco es una sorpresa que personas corrientes aten a sus conciudadanos a señales de tráficos y los azoten. Son síntomas de que la sociedad ucraniana está infectada con el virus del odio y necesitará tratamiento durante mucho tiempo.

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