En 2016, Bill Gross, experto en fondos de inversión, advertía que "rentabilidades globales en sus niveles más bajos en 500 años de historia registrada. Diez billones de dólares de bonos en tasas. Esto es una supernova que explotará un día".
En octubre de 2019 el Fondo Monetario Internacional (FMI) auguró que en caso de frenazo económico la mitad de intenso que el de 2008, el 40% de toda la deuda empresarial de las principales economías del mundo correría el riesgo de impago.
Durante el año 2019 los despidos colectivos (EREs) aumentaron en España aumentaron un 52%. Grandes empresas y bancos como CaixaBank, Santander, BBVA, Vodafone, Día, Thomas Cook, Nissan, Ryanair, Acerinox, Prysmian, Solventia, Luxiona, Bayer, Expal,
Maxam, Schindler, Batz Araluce, Class Plastics, Huayi Compressor, Isidro 1952, Nemoin, Continental Automotive, Sada, SEG Automotive, Red Eléctrica, Naturgy (Gas Natural), Sitel, Alcoa, Ford, Airbus, o Telefónica anunciaron durante 2019 y principios de 2020 la pérdida de miles de puestos de trabajo.
Todos los sectores, industrial, energía, servicios, financiero, químico..., se estaban viendo afectados en lo que mostraba de manera evidente una recesión en toda regla a nivel mundial. La industria del motor de Europa, Alemania, se desplomó un 7%.
Las huelgas y las protestas estaban proliferando a nivel mundial, en lo que se preveía un anticipo a la respuesta de las clases populares a un nuevo estallido de varias burbujas generadas por la crisis del sistema capitalista: inmobiliaria, financiera y de deuda. Básicamente, el régimen de producción capitalista se sostiene sobre la deuda, ya que obliga a las familias trabajadoras a vivir por encima de sus posibilidades para sostener el insaciable y voraz ritmo de consumo que necesita la economía de mercado para sobrevivir.
Lo que se avecinaba en 2020 era mucho más violento que en 2008, una colosal bancarrota mundial que provocaría seguramente el mayor estallido social de los últimos tiempos, como anunciaban los propios expertos del sistema capitalista.
En ese contexto, y tras las impopulares medidas tomadas por los Estados capitalistas al servicio de la oligarquía financiera internacional, para abordar la crisis de 2008 de la que todavía no se había salido, y que pasaron por rescatar a la banca y a los monopolios a costa de enormes sacrificios y sufrimiento para las clases populares de todo el mundo, ¿cómo justificar una nueva operación de rescate de mayores dimensiones por parte de los gobiernos de los países capitalistas, endeudando más aún los Estados con el consiguiente coste del pueblo trabajador que será quien volverá a pagar la factura?
¿Cómo justificar Estados de excepción, en los que se impide la libre circulación de personas, para evitar huelgas, manifestaciones o ni tan siquiera asambleas o reuniones de personas?
El coronavirus ha sido la excusa perfecta. Con el tiempo se verá si fue provocado o no. Pero la realidad es que el coronavirus ha permitido, mientras encierran al pueblo trabajador en sus casas, acelerar los despidos masivos a todas las empresas, justificados ahora como "fuerza mayor" en palabras del presidente del gobieno español Pedro Sánchez, lo cual implica que el Estado español desembolsará 200.000 millones de euros para subvencionar esos despidos. Es decir, el 20% de toda la riqueza del país servirá para suprimir cientos de miles de puestos de trabajo, que no se recuperarán cuando pase la pandemia. En Europa ya van por el billón de euros para inyectar liquidez en los mercados, que significa darle más dinero a la banca para que haga con él lo que quiera.
Sólo en Andalucía, hoy martes se han presentado 500 Expedientes de Regulación Temporal de Empleo. Entre los afectados hay entre 25.000 y 30.000 profesores de la enseñanza privada.
La contradicción es evidente. Por un lado se confina a la gente en sus casas para evitar el contagio. Pero por otro no se evita que muchos trabajadores tengan que ir a trabajar y además las empresas no están poniendo medios para evitar la transmisión del virus, como es el caso de Sitel.
Muchos trabajadores como en Continental, Mercedes, Vestas, Airbus, se están plantando denunciando esta situación.
Lo cual demuestra que a los empresarios les importa poco la salud de los trabajadores. Es por ello, que a pesar de la alarma exagerada que han generado los gobiernos por un virus no mucho más letal que la gripe común que provoca cada año miles de muertos sin que se tomen medidas excepcionales, el colapso del sistema sanitario lo han creado los propios gobiernos suprimiendo personal y recursos en la sanidad pública.
Por otra parte, esta situación muestra a las claras la incapacidad del capitalismo para atajar los efectos de una pandemia, como decimos, no mucho más grave que una gripe común. Ha sido el papá Estado, del que no quieren saber nada los liberales y capitalistas cuando se trata de rescatar a los trabajadores, el que ha tomado medidas en pos del "bien común", interviniendo fábricas y empresas para garantizar el suministro de material sanitario.
Resulta pues que vivimos en un mundo cuyo pilar es el interés privado, el sálvese quien pueda, el sacrosanto "individuo", pero quien saca las castañas del fuego es la "comunidad". Es decir, el pueblo trabajador, además de ser quien genera las inmensas riquezas que se apropian los dueños de las empresas, tierras y bancos para tener ellos el paraíso y nosotros el infierno en vida, tiene que ser quien se sacrifique para que no colapse todo.
Pues entonces ¿para qué queremos a estos parásitos millonarios y explotadores que nos esclavizan o nos mandan a la calle como perros apelando a la "libertad individual" sin importarles si nos van a desahuciar, pero que apelan al "bien común" y a la intervención del Estado cuando la cosa se pone fea?
¿No será más sensato que el pueblo trabajador gestione y tenga el control de la riqueza que genera para acabar con las crisis y atajar de raíz las enfermedades? ¿Cuántas enfermedades no podrían curarse si no existiera el interés mercantil de la industria farmacéutica? ¿No se atajaría de raíz el problema de la explotación, la vivienda, del desempleo, de la falta de futuro de la juventud, de las pensiones miserables de nuestros abuelos si de nosotros dependiera?
No existe ya justificación alguna para mantener un régimen que se sostiene sobre la violencia, el engaño y la incertidumbre. Es hora de organizar a trabajadores de todos los sectores, estudiantes, pensionistas, vecinos de los barrios obreros, jornaleros y pequeños campesinos de los pueblos, en un Frente Único del Pueblo para dar la vuelta a esta situación. No hay nada que lo impida, ni siquiera un golpe de estado mundial como el que estamos viviendo, pues el pueblo trabajador siempre demuestra su arte e imaginación en los momentos más difíciles.
Los acontecimientos se van a acelerar y no podrán evitar el estallido social, porque de hecho, están alimentándolo con sus medidas. Tarde o temprano el momento llegará. Es hora de empezar a construir el Frente Único del Pueblo para tomar el timón del mundo.
Frente Único del Pueblo
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