sábado, 18 de marzo de 2017

Después del infierno

Lunes, 13 de marzo. Este día fue terrible para una docena de familias de Donetsk y los alrededores. Por la tarde, el Ejército Ucraniano abrió fuego de artillería contra el distrito de Kubishevskiy de la ciudad y contra la localidad de Spartak. Más de una docena de viviendas quedaron destruidas. Más de una docena de familias han perdido el tejado que les cubría. Cuatro civiles resultaron heridos, entre ellos un trabajador que reparaba un tejado tras el último ataque de los villanos ucranianos. En la localidad de Spartak ardieron seis casas.

La mañana del 14 de marzo, junto al voluntario Andrey Lysenko, nos dirigimos allí. Vamos
por un camino alternativo, temiendo que el puente de Putilovka podría estar cerrado, ya que hasta hacía media hora, Spartak volvía a estar bajo el fuego de los tanques. Al pasar por una de las peores carreteras, queda a la izquierda el famoso “nueve”, el edificio de nueve plantas en la calle paralela a la pista [del aeropuerto de Donetsk], agujereado por las bombas, un verdadero colador de cemento. A la derecha queda Putilovka, también bajo los constantes ataques. Al lado del puente asoman los restos de los últimos proyectiles que han caído aquí. Alrededor no hay más que ruinas y cables caídos. Brilla el sol, que ilumina el cielo en esta imagen del apocalipsis.

El coche vuela a 140km/h. Aquí no se puede conducir de otra manera: la carretera está a tiro para el Ejército Ucraniano. Pero hay algo que sorprende inmediatamente. En la carretera hay un aterrador silencio. Llegamos a Spartak y la razón de ese silencio se percibe inmediatamente. Ha llegado la Cruz Roja, representantes de la organización internacional con sus bonitos jeeps blancos para distribuir ayuda humanitaria a los residentes más desfavorecidos. Jóvenes con aspecto hípster entregan a la población una caja con alimentos y productos de aseo. Algunos reciben estufas. La población, que ha vivido una noche infernal y han visto cómo se quemaban las casas de sus vecinos, ahora está inmensamente feliz. Les alegra que hayan venido a ayudarles y que no les hayan olvidado.

Un poco apartada de los demás residentes locales hay una mujer. Me acerco a ella, me presento y le pregunto por la noche anterior.

Al apagar la cámara, Galina comienza a llorar y cuenta cuánto echa de menos a su hermana. “Ella vive en Jimik, cerca de aquí, a quince minutos en bici”, explica. “Pero no nos hemos visto en tres años. Jimik está en Avdeevka, bajo control de los ukrops. Tengo miedo de ir allí. Y ella tiene miedo de venir aquí. Así vivimos”, llora Galina. La guerra destruye familias. Destruye el alma y el cuerpo. Como decía la doctora Liza, “la guerra es el infierno en la tierra”. Y tenía toda la razón.

Un matrimonio de edad avanzada pasa arrastrando una carretilla con una estufa. “¿Han tenido miedo esta noche?”, les pregunto. “Ahora le cuento”, contesta el hombre. “Salí para ir al baño y no he tenido tiempo más que para subirme los pantalones y correr a la casa cuando empezó el bombardeo. Empezaron a bombardear, no tienes ni idea. ¡Creíamos que habíamos vuelto a 2014!”. Pregunto por las casas que ardieron. Contestan que están en una parte del pueblo a la que pocos van. Está situada directamente debajo de las posiciones ucranianas. De hecho, está en el campo de batalla. Allí es muy fácil “llevarse” una bala de un francotirador o encontrarse bajo las bombas. A la mínima que observan presencia humana, el Ejército Ucraniano abre fuego. En esa parte del pueblo no hay un solo edificio intacto. Se han quemado seis casas que ya estaban medio destruidas por ataques anteriores. Y ahora han quedado convertidas en cenizas.

A los tres años, la guerra sigue recogiendo su sangrienta cosecha.

Slavyangrad

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