domingo, 26 de marzo de 2017

Hegemonistas y marxistas

Por Kolitza.- Podrá hablarse del fondo de la cuestión, del contenido del concepto de revolución socialista vasca, o como se quiera denominar, cuando ventilemos el problema del principio estratégico, que hoy antecede, delimitándola en todas partes, la discusión sobre el contenido revolucionario.

Debe discutirse el presupuesto técnico y científico, sujeto a unos supuestos principios de organización y actuación política, que pretende poder avanzar en materia de independencia y transformación social. Hablamos aquí del prejuicio hegemonista. Este punto de vista falso para la clase obrera, que hoy se ha convertido en ideología de coyuntura para la crisis (entiéndase ideología aquí en sentido marxista, es decir, como mistificación
que desvía de la conciencia real, como falsa conciencia que cumple funciones políticas) este punto de vista digo, debe ser combatido dentro y fuera de nuestro país. Más si cabe en nuestro caso, cuando el criterio de organización, el principio estratégico, incluso el contenido del proyecto político de la izquierda abertzale descansa hoy, a secas, sobre los vaivenes de esa supuesta técnica recientemente adquirida por la burocracia y la política profesional, que pretende haber descubierto la piedra filosofal de lo político. Este mal no es endémico de nuestro país, sino que gravita sobre las conciencias de innumerables organizaciones políticas de clase que, habiendo hecho suya esta doctrina, han naufragado en la crisis actual.

La autonomía de lo político parece haber encontrado, en las imaginaciones de los nuevos seguidores de Ernesto Laclau, un padre en Gramsci. Lejos de esto, Gramsci defendió en todas partes la autonomía relativa de lo político, o el doble principio de la ‘unidad-distinción’ de la política con respecto a la economía. Entendido desde una esfera abstracta, no determinada por lo económico, el discurso moderno de lo político es incapaz de explicar las tendencias políticas a largo plazo. Para Gramsci, el principio de organización colectiva, de subordinación de la vida individual (arriesgar la vida), etc… no puede reducirse a lo económico, pero debe explicarse a partir de la estructura de lo económico, a escala social. No podía ser de otra manera, tratándose de un pensador marxista, se esté o no de acuerdo con sus consideraciones particulares.

Sin embargo los que han descubierto el principio de que cambiando de bando el bando contrario se te acerca, nos vienen denominando sectarios a los marxistas ya bastantes años atrás, por el mero hecho de que nosotros no cambiamos de bando. Aprovechándose de que el desarrollo de nuestras premisas de clase es lento, debido entre otras cosas a que parte de la coyuntura de la crisis casi desde cero, y a que los lazos organizativos y populares han sido suprimidos o fragmentados entre ilegalizaciones, disoluciones, y el nuevo centralismo de partido, antes unidad popular, nos ha dejado hasta ahora totalmente aislados y sin capacidad, concluyen que nuestro punto de vista es incapaz de eficacia estratégica. Su visión cortoplacista llega así a su cenit.

Hay que responderles lo siguiente: nosotros aspiramos a una hegemonía aplastante de la clase obrera en suelo nacional vasco y en el plano internacional, hegemonía organizada en torno a los principios de autonomía de clase, a la construcción de poder obrero como forma de soberanía inmediata y a una nueva concepción de la independencia, no sujeta a clichés social-demócratas del período de desintegración de los imperios europeos ni a políticas de fases impuestas desde la exterioridad burócrata intelectual. Porque estamos en el siglo XXI y no en el XIX, y el estado español no es un imperio. Para eso tenemos como fundamento objetivo de nuestra actuación la crisis, y no la opinión pública constituida, la ideología general y efectual, que nos da lo mismo. No porque seamos sectarios, sino porque creemos que la política simple trata de juntar lo que encuentra para intentar en vano sacar de la nada una hegemonía, mientras que la política real de la clase obrera, consiste en cambiar la composición sociopolítica, apoyar siempre y en todas partes a la organización de las manifestaciones espontáneas de lucha que se dan en la clase obrera, para una vez cambiada la composición de fuerzas sociales, poder juntar entonces una fuerza hegemónica de clase. Frente a este principio, incomprensible para los cortoplacistas, no escucharemos nada más que la invocación del sectarismo, y excusas para postergar la necesaria autocrítica de sus falsos principios abstractos de lo político.

Nosotros, a diferencia de ellos, estamos adecuados a los tiempos, a la estructura real de los tiempos, porque no nos sometemos al principio demócrata burgués de respetar la visión distorsionada de sí misma que tiene la sociedad actual, sino al fundamento objetivo de la crisis. Pero nosotros, a diferencia de ellos, tenemos un índice de desarrollo estratégico mucho más lento, y por lo tanto de largo alcance, y no es posible probar la eficacia de nuestros planteamientos de la noche a la mañana, como sí que lo es, por el contrario, comprobar la eficacia de quienes apuestan todo a los procesos electorales.
La cuestión puede plantearse, por lo tanto, de la siguiente manera: 

HEGEMONÍA O CRISIS.
CONCEPCIÓN HEGEMONISTA INTERCLASISTA DE LO POLÍTICO

Frente a la concepción política hegemonista, hoy mal denominada ‘populista’ (¡qué culpa tendrán los narodniki!), concepción que consiste en articular bajo un mismo paraguas, o bloque de significantes, a diferentes secciones de la sociedad, con voluntades políticas diferenciadas pero potencialmente conjugables, es necesario hacer (o repetir) la siguiente advertencia empírica:

Bajo ningún concepto la composición ideológica actual de la sociedad vasca, por sectores de conciencia y voluntad política, permite la articulación de una mayoría para construir un estado vasco, ni forma alguna de institucionalización política independentista. No hay posibilidad de que ese significante articule una mayoría en la situación actual, como no la hay de articular mayoría alguna de izquierdas en Euskal Herria desde un punto de vista meramente propagandista. En general, tanto la estrategia volcada a los resultados electorales, como la decantación independentista, como la transformación de la voluntad política independentista de clase en derecho a decidir burgués, a la autodeterminación mediante el voto, son otras tantas formas de claudicar ante las fuerzas reales existentes, constituidas por los intereses mediáticos, políticos y económicos de la oligarquía vasca, sea esta española o francesa.

Dicho sintéticamente: los números no dan para una estrategia semejante, que además es inviable como mera estrategia de espectáculo y abstracción política, no basada en un poder real. Es un suicidio político. Ninguna fórmula de las fuerzas políticas existentes en la así llamada ‘izquierda vasca’ permite generar un poder constituyente significativo en ninguno de los ámbitos importantes de la sociedad.

A valorar este concepto fetiche de estado vasco, república vasca, etc. totalmente neutro, carente de contenido, por lo tanto, no voy a entrar, porque no tiene si quiera sentido estar hablando de esto, en vez de hablar sobre la crisis como marco estratégico de partida, y sobre la posibilidad inmediata de constituir un poder obrero, que es el fundamento político sobre el que se puede realizar la actividad política de la clase obrera, se refiera ésta a la cuestión nacional, social, de género, etc. Todo lo demás no es más que propaganda y espectáculo demócrata, que sirve para mantener engañado y sometido a todo el personal, en una motivación desesperanzada a las personas mayores. Espectáculo construido para desviar la voluntad de transformación de la comunidad de lucha de la izquierda abertzale, esperando que algo se mueva en medio del bloqueo de fuerzas de clase.

CONCEPCIÓN DE CLASE, MARXISTA, DE LO POLÍTICO

Frente a la concepción superficial, autosuficiente y hegemonista de la política que todo reformismo mantiene y ha mantenido siempre, la concepción marxista de la política no se limita a articular a las masas diciendo lo que estas desean escuchar, o como ha dicho alguno, ”levantar las banderas adecuadas en el momento adecuado, etc…”

La política revolucionaria consiste en la única vía para romper los bloques políticos coyunturales, y consiste, como he señalado más arriba, en la política que se realiza sobre y a partir de la crisis capitalista como contexto objetivo y punto de partida estratégico. Sobre ese suelo objetivo de la crisis que desgarra la sociedad, se busca la transformación de los bloques sociales depauperados en bloques organizados, conscientes y articulados en torno a una estrategia de construcción de poder obrero, o no capitalista, capaz de responder de forma inmediata, no mediada por la burguesía, a las necesidades vitales de esos bloques sociales. Sobra decir que esa organización es la autoorganización, no introducida de modo externo por la burocracia o el delegacionismo, sino desarrollada por los mismos bloques, promovida por los elementos más conscientes de la clase obrera en esos bloques, pero de forma no separada o externa. Es en esta forma de hacer donde reside la clave para romper el bloqueo político que vive nuestro país, y para frenar el avance acelerado de posiciones que está desarrollando la burguesía frente a la clase obrera.

Revolución, por lo tanto, inmediata, pero de largo recorrido, de las fuerzas sociales desestructuradas de los principios de organización de la dinámica capitalista. Este principio organizativo de clase tiene capacidad para desarrollar tentáculos de intereses materiales y de voluntad política colectiva hasta las más altas capas de la clase obrera en un contexto de crisis. Es el principio de autonomía de clase, aplicado en todos los niveles, el arma organizativa que la burguesía vasca teme, y que Sortu está ayudando, conscientemente o inconscientemente, a mantener en estado letárgico permanente.
La crisis capitalista provoca desplazamientos en la estructura socioeconómica de la sociedad, o dicho de otro modo, desgarra a la sociedad, provoca grandes movimientos descendentes de rango social en amplios sectores de la población, genera grandes perturbaciones en la composición generacional de la población y en la reproducción social, desdibuja las fronteras ideológicas y rompe dogmas con la fuerza bestial de las necesidades de valorización, etc. En definitiva, modifica el fundamento objetivo de la sociedad. Eso está pasando en Euskal Herria desde hace ya diez años, y los hegemonistas, desprovistos de toda ciencia política más allá de la ideología del neo-populismo, que confunde el análisis con el consenso y la política con la propaganda, no han sabido dar respuesta a esta oportunidad.

De este modo han demostrado ser, de paso, desafortunados incluso como oportunistas.

La ruptura de la dinámica estable de la sociología vasca es un hecho. El desorden está ahí, la desorganización del proyecto de vida prometido para grandes bloques de la sociedad, en especial para la juventud, es evidente. La desorientación político-ideológica de un amplio sector de la clase obrera vasca, antes firmemente encorsetado en la apoliticidad creada por la condición de clase media, salta a la vista. La política marxista consiste, precisamente, no en levantar banderas, sino en trabajar con las personas, de forma sistemática, por la politización conscientemente determinada de los gigantescos bloques sociales que se desprenden de la dinámica social capitalista a partir de la crisis. Politización que sólo puede darse bajo la ampliación de la conciencia de clase, de la conciencia de la necesidad de la lucha de clases, y la gradual estructuración de una nueva voluntad política colectiva de organización social a partir del principio de la autonomía obrera. Lejos de juntar de arriba abajo, sin cambios substanciales, a la mera opinión interclasista, se trata de juntar, de abajo arriba, la voluntad de poder de clase, bajo una nueva forma del poder social, basado en la propiedad colectiva, la producción colectiva, la lucha de clase frente a la burguesía, y la solidaridad de clase. Para eso es necesario dar respuesta a las condiciones de vida inmediatas de la clase obrera a través de esos principios, desde la organización de la misma clase obrera, organización tanto política como económica, y no desde las instituciones mediante atajos interclasistas que sólo llevan a la subordinación aplastante de los grandes bloques de exclusión social que están surgiendo y que vienen para quedarse.

Demostrar la potencia colectiva, organizativa, de la clase obrera, o dicho de otro modo la potencia política de la autonomía obrera con respecto al poder de clase de sus enemigos, es el medio más eficaz para construir una nueva hegemonía. La potencia convencerá, más que las palabras y la propaganda, a la mayoría social, hoy tendencialmente apolítica, de este país. Quienes apuesten por este principio estratégico, acertarán, aunque quizá sean derrotados. Quienes apuesten por articular los resultados político-ideológicos de la ciega dinámica capitalista, no conseguirán nada más que el bloqueo.

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