Se cumplen cincuenta años del estreno de Z, una de las películas más famosas de Costa-Gavras. Una simple letra, la última del alfabeto, en el sentido inequívoco de esperanza y revuelta, que el cineasta griego utilizó para difundir una obra que fue mítica en su momento y de la que ya nadie se acuerda, ni siquiera los más nostálgicos del famoso Mayo del 68.
El argumento versa sobre el Golpe de Estado de los coroneles en Grecia, disfrazado tras un ambiguo país mediterráneo en el que asesinan a un diputado progresista. El juez de instrucción revelará la participación del ejército y de la policía. La película destapa rápidamente a los diferentes actores de la conspiración: el gobierno militar, la policía, el partido de la oposición, con sus representantes y simpatizantes, y el pueblo en su conjunto.
La situación descrita por Costa-Gavras es el resultado directo de la realidad: “Cualquier semejanza con hechos reales, muertos o vivos, no es casualidad. Es voluntario”. El cineasta griego destapa el oscuro funcionamiento de un régimen fascista de la OTAN que puso de rodillas a su país natal.
La forma de rodar es casi como la de un reportero. El carácter de Yves Montand se muestra en su vida cotidiana, entre bastidores del poder, pero casi nunca de una manera muy solemne o glorificante. Este es el propósito de Costa-Gavras, que busca, ni más ni menos, mostrar la verdad tal como es, exponer la realidad de las situaciones. Así, el juez, encarnado por Jean-Louis Trintignant, ocupa un lugar importante en la historia, y desempeña el papel de alborotador, el que mirará donde otros no quieren mirar. En resumen, Z es una
inmersión en una sociedad corrupta dirigida por un pequeño grupo que subyuga al pueblo a través de presiones financieras y políticas.
El sistema que Costa-Gavras muestra es aterrador en su capacidad de gangrenar a todos los estratos de la sociedad y de actuar sobre ellos. No se trata de una pequeña oligarquía de altos funcionarios que tratan de defender sus propios intereses. Es toda una red que se desarrolla verticalmente, hasta el punto de manipular a los propios ciudadanos, presionarlos, sin dudar en amenazar a los simples comerciantes para que actúen a favor de las autoridades con el fin de poder continuar su actividad.
El corte de la película, que deliberadamente no es lineal, permite tomar conciencia de la gigantesca maquinación, para comprender, poco a poco, cómo un pueblo puede ser sustraído de una doctrina por un pequeño grupo de individuos, y aunque el sesgo de Costa-Gavras es evidente, no hay ninguna forma de triunfalismo o glorificación. Por el contrario, la situación es mucho más alarmante y negativa.
En Z la lucha es permanente, una lucha por la supervivencia y el mantenimiento de la libertad, donde la voluntad de no dejar que prevalezca el ejército fascista, pero donde la victoria es sólo ilusoria o, en el mejor de los casos, temporal.
Pero la historia que cuenta Costa Gavras no se detiene en un país o en un momento dado. Es una realidad aterradora que no está tan lejos de nuestro tiempo. ¿Se han enterado de lo que pasó ayer en Bolivia?, ¿les suena? Para la historia 50 años no son nada, ni en el cine ni en la realidad.
Como decíamos ayer...
[Post data: el guionista de la película era Alfredo Semprún, un renegado que acabó de Ministro de Cultura con el gobierno del PSOE. Pero de eso hablaremos en otro momento.]
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