miércoles, 29 de enero de 2025

Beneficios económicos de la guerra y de la paz


 El desinterés de Donald Trump por la guerra de Ucrania, que percibe como una guerra de Biden que debe terminar para poder reducir la presencia en Europa y centrarse en China, oponente que verdaderamente le preocupa, ha sido manifiesto desde que el ahora presidente anunció su intención de volver a presentarse a la presidencia. Y aunque tras las elecciones se ha modificado ligeramente su discurso, más exaltado en las formas pero menos ambicioso en la facilidad con la que iba a conseguir la paz, las intenciones siguen siendo las mismas. A la espera de concretarse el plan con el que Donald Trump espera conseguir la paz, todo indica a que se construirá sobre la base de la propuesta Kellogg-Fleitz publicada el pasado verano por el America First Policy Institute.

En este momento en el que el viejo mundo se muere y el nuevo no ha nacido aún, todas las partes tratan de convencer a Donald Trump con sus argumentos y buscan un discurso llamativo para conseguir la atención del presidente, en cuyas manos está tomar la decisión de cuándo, cómo y con quién se producirán las mesas de negociación. Desde posturas afines y en un diario propiedad de uno de los oligarcas de la tecnología a los que Trump quiere acercarse en esta legislatura, Jack Keane, general retirado, y Marc Thiessen, habitual articulista conservador, afirman que “para garantizar una paz duradera, debemos seguir armando a Ucrania, pero sin pedir a los contribuyentes estadounidenses que paguen la factura”. Los dos guerreros de teclado, con una larga trayectoria en think-tanks vinculados al complejo militar-industrial estadounidense, el primero miembro del neocon Institute for the Study of War y el segundo del reaccionario American Enterprise Institute, aportan su grano de arena al argumento de que es preciso continuar el apoyo a Ucrania, aunque a cambio de beneficio económico. “Es el momento de hacer que Kiev pase de ser receptor de asistencia a consumidor de defensa”, afirman abiertamente, adoptando como idea de que todo paso de Washington en política exterior ha de tener una contrapartida tangible en forma de beneficios.

Hace unas semanas, Thiessen ya se dirigió directamente a Trump en uno de sus artículos para preguntarle si prefería que los recursos minerales de Ucrania cayeran en manos de Rusia o China, consecuencia que creía posible en caso de derrota ucraniana. Esas riquezas naturales que han exagerado tanto Ucrania como su mayor hooligan, Lindsey Graham, también son parte del argumento del actual artículo, que busca convencer a Donald Trump de la necesidad de mantener el flujo de asistencia económica para garantizar la seguridad de Ucrania, pero, ante todo, para que Estados Unidos obtenga un beneficio. “Ha llegado el momento de lograr una paz duradera”, argumentan los autores, que parten de las palabras de Trump en las que afirmó que Volodymyr Zelensky quiere llegar a un acuerdo aunque las declaraciones del presidente ucraniano contradicen abiertamente la percepción de Donald Trump.

“Independientemente de lo que ocurra en la mesa de negociaciones, Estados Unidos necesitará suministrar armas a Ucrania durante muchos años”, continúan para explicar que “si Putin se resiste a los esfuerzos de paz de Trump, el presidente ha prometido aumentar el apoyo militar estadounidense a Ucrania para obligar al líder ruso a sentarse a la mesa de negociaciones”. Esa es la base del plan Kellogg-Fleitz, que en realidad parece haberse modificado para introducir sanciones, aranceles y, sobre todo, la amenaza de saturar de petróleo estadounidense el mercado con el objetivo de hacer descender drásticamente el precio del petróleo y conseguir así que la economía rusa no pueda soportar la continuación de la guerra. Esa opción implicaría el riesgo de una desestabilización del mercado mundial de energía y también hacer inviable el fracking con el que Estados Unidos obtiene una parte importante de sus extracciones. Aun así, parece más realista que la ingenua percepción de que aumentar el suministro de armas va a lograr cambiar la dinámica del frente, perfectamente consolidada en la guerra de trincheras con movimientos lentos pero sostenidos a favor de Rusia.

Pero incluso más allá de la guerra, los autores interpretan que “después de que se logre la paz, Kiev necesitará armas estadounidenses para disuadir a Rusia de reanudar las hostilidades cuando Trump deje el cargo”. Los autores no solo dan por hecho que será capaz de lograr el final del conflicto -algo que no consiguió en su primera legislatura, cuando lidiaba con un conflicto menos complejo y más sencillo de resolver-, sino que le adjudican ya el papel de garante de una paz que todavía está lejos. “Trump puede suministrar esas armas sin gravar más a los contribuyentes estadounidenses”, inciden para insistir en el mal estado de la base industrial ucraniana y recordar que “la asistencia no es caridad” sino que “Ucrania ha sido y sigue siendo un interés de seguridad nacional para Estados Unidos”.

“Durante la campaña de 2024, Trump propuso la idea de prestar a Ucrania el dinero para comprar armas estadounidenses”, escriben para recordar las palabras que pronunció el entonces candidato: “Háganlo así: Prestadles el dinero. Si lo consiguen, nos lo devuelven. Si no lo consiguen, no tienen que devolvérnoslo”. “De hecho, Ucrania puede devolvérnoslo”, sentencian para posteriormente presentar su propuesta, un plan tan sencillo que únicamente tiene dos puntos. Aunque el ejemplo son los aliados que adquieren armas con sus propios fondos -los autores no recuerdan que, en ocasiones, lo hacen, como Israel, en parte gracias a las subvenciones estadounidenses-, ni siquiera se presenta como posibilidad que, tras la recuperación económica, Ucrania, uno de los países más pobres de Europa antes de la invasión rusa, vaya a ser capaz de sostener sus adquisiciones militares. “¿Queremos que Putin reciba esos fondos?”, afirman en referencia a los activos rusos incautados por la Unión Europea. “¿O queremos que la mayor parte se destine a Estados Unidos para que compre armas para Ucrania al tiempo que reconstruye nuestra base industrial de defensa?”, añaden para exigir a Bélgica y otros países europeos que esos fondos sean transferidos a una cuenta desde la que Ucrania podría adquirir el material militar necesario para su defensa. La propuesta no es solo la repetición de lo que ya planteó Volodymyr Zelensky, que exigió la entrega de esos 300.000 millones de dólares para adquirir armamento estadounidense, sino que es también lo que trató, sin éxito, de conseguir Joe Biden. A riesgo de alienar al actual presidente admitiendo que la propuesta es un calco de una de su predecesor, los autores no mencionan ese detalle y se centran en los reproches contra los países europeos, a los que proponen que Donald Trump presione sin caer en la cuenta del mensaje que el robo de activos rusos enviaría a otros actores, China ante todo, sobre la fiabilidad del sistema financiero europeo. “Trump debería decir los aliados reticentes a usar para este propósito los activos rusos congelados que no le importa de dónde salga el dinero, que si no quieren usar el dinero ruso, pueden sustituirlo por sus propios fondos obtenidos de sus contribuyentes”. “Utilizar los activos rusos congelados para producir ese armamento es una solución beneficiosa para todos: Ucrania obtiene las armas y Estados Unidos el dinero, mientras que Rusia asumiría el coste de la agresión de Putin”, concluyen sin importarles cuáles serían las consecuencias para el sistema financiero de sus aliados europeos.

“Aunque la guerra ha devastado su economía, el país cuenta con unos 26 billones de dólares en recursos naturales sin explotar: petróleo, gas, minerales esenciales y metales de tierras raras”, añaden para presentar la segunda opción, el uso de las riquezas minerales del país para compensar a Estados Unidos por el flujo de armas futuro. “Los recursos minerales y de hidrocarburos de Ucrania pueden utilizarse como garantía de préstamos para comprar material de defensa estadounidense, lo que permitiría a Kiev proveerse de su propia defensa”, indican para posteriormente presentar la dos opciones por las que Ucrania podría utilizar esas riquezas para obtener armas: “podemos suministrar armas a Ucrania mediante un programa de préstamo y arriendo similar al que Estados Unidos utilizó para armar a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial” o “Ucrania también puede comprar armas estadounidenses utilizando otro programa existente: Préstamos directos de Financiación Militar Extranjera (FMF), como los que concedemos a los aliados y socios de Estados Unidos en todo el mundo”. En ambos casos, la propuesta es aumentar aún más la ya preocupantemente elevada deuda externa de Ucrania, aunque en esta ocasión poniendo en peligro el control sobre las riquezas naturales que podrían permitir crecimiento e independencia económica en el futuro.

“Para no trasladar los costes al contribuyente estadounidense, la estructura de tal acuerdo puede negociarse de modo que Ucrania garantice estos préstamos con sus cuantiosos recursos naturales”, sentencian repitiendo nuevamente el principal objetivo de la propuesta, el beneficio económico de la guerra proxy.


Slavyangrad

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