“Sus intentos de negociar con Rusia no tuvieron más que un éxito limitado”, sentencia sin explicar que las cada vez más frecuentes infracciones al alto el fuego que menciona no solo procedían de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk ni la creciente beligerancia de Zelensky, que apeló al Reino Unido a instalar bases militares en el país o publicar la Declaración Crimea, percibida en Rusia como algo similar a una declaración de guerra. Queda también en el olvido la nula intención ucraniana de implementar los acuerdos de Minsk, situación que, unida a las exigencias de Ucrania a integrarse en la OTAN y la negativa de Occidente a admitir públicamente lo que, según el profesor Jeffrey Saachs se admitía en privado, que Ucrania no sería incluida en la Alianza, derivó en el reconocimiento ruso de la RPD y la RPL el 22 de febrero de 2022 y la invasión rusa dos días después.
El lunes, Zelensky conmemorará el tercer aniversario del inicio de la guerra rusoucraniana en su momento más vulnerable, cuando es su principal aliado y no su enemigo quien le amenaza, pone en marcha una campaña de desprestigio, utiliza insultos impensables hace unos meses y le presiona en busca de someter su voluntad. La precariedad de la situación del presidente ucraniano no se debe únicamente a la debilidad militar de Ucrania frente a una fortalecida Rusia, que mantiene la iniciativa bélica, aunque ese es el origen de gran parte de los problemas. Frente a Moscú, que pese a los 16 paquetes de sanciones impuestos por la Unión Europea ha aguantado la presión, ha puesto parte de su industria en modo de economía de guerra y continúa surtiendo a su ejército sin dependencia exterior, Kiev necesita de la continuación del masivo flujo militar que ha hecho posible que los avances rusos se produzcan de forma lenta y costosa.
“Rusia tiene las cartas”, ha afirmado esta semana Donald Trump para reafirmar su estrategia de contactar directamente con la Federación Rusa en busca de un diálogo que, al contrario que en los tres años anteriores, no ha partido de amenazas. Las cartas que Rusia tiene a su disposición son una mayor fortaleza militar y una superior base económica, que no depende prácticamente por completo de subvenciones y préstamos extranjeros. Frente a la táctica de la administración Biden, que la Unión Europea pretende seguir hasta conseguir que Ucrania se encuentre en posición de fuerza, el trumpismo ha comprendido que las amenazas o exigencias de máximos que no se corresponden con la realidad -la integridad territorial o la inclusión de Ucrania en la OTAN- no actuarían como incentivo sino como obstáculo para atraer a Rusia a una mesa de negociación.
Con dificultades en el frente y sin capacidad de decidir por sí misma que quiere seguir luchando en caso de que Estados Unidos llegara a un acuerdo con Moscú, Ucrania conmemorará el tercer aniversario de la invasión rusa con la presencia de líderes de la Unión Europea y, según se ha anunciado, un nuevo paquete de asistencia de los países europeos, que llegarán a Kiev con el mismo objetivo que la publicación de numerosos artículos sobre la figura del presidente: defender su figura e insistir en que no es un dictador, una labor muy diferente al intento de crear de él el héroe militar que se consiguió portadas en todos los grandes medios mundiales en 2022.
El lunes, como cada día desde el pasado 12 de febrero, cuando se anunció la primera conversación oficial entre Vladimir Putin y Donald Trump, el foco no estará puesto en la situación en el frente o en el incondicional apoyo de la UE a Ucrania, sino en el frenético intento de Volodymyr Zelensky de recuperar el favor de su homólogo estadounidense, cuyas declaraciones de esta semana han sido un jarro de agua fría para el exactor, un “cómico mediocre” según le ha calificado Trump en un ataque sostenido al que se han unido JD Vance, Elon Musk, Mike Waltz y Marco Rubio. “Rebaje el tono”, fue la orden que Zelensky recibió a través de los medios de comunicación por parte del Asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, una persona que, a priori, se percibía como más favorable a Ucrania que el resto del círculo trumpista.
Atrás han quedado las buenas palabras, las afirmaciones de Donald Trump que aseguraban que Zelensky deseaba el final de la guerra y buscaba un acuerdo con Rusia y las alabanzas del presidente ucraniano a la concepción estadounidense de la paz a través de la fuerza, un concepto que, a ojos de Ucrania, ha resultado contener unas dosis demasiado elevadas de diálogo y excesivamente limitadas de amenazas. El duro despertar del sueño de contar con el apoyo de Estados Unidos de forma indefinida, aunque tuviera que ser a cambio de un porcentaje elevado de los ingresos que debían permitir la recuperación económica del futuro, se produjo en el momento en el que el equipo del presidente de Ucrania comprendió que había dado pie a la creación de una relación económicamente colonial sin que eso conllevara una contrapartida en forma de garantías de seguridad. “Tienen que bajar el tono, pensárselo bien y firmar ese acuerdo”, exigió Mike Waltz. Pese a los detalles que se han conocido sobre la naturaleza del documento, que está siendo comparado con lo que supuso el Pacto de Versalles para Alemania y que ya ha provocado la aparición de la idea de la “puñalada por la espalda” –stab in the back¸ creado por los sectores militares de alto rango en Alemania antes incluso de que se firmara la paz, cuando la guerra ya estaba perdida y que no tardó en derivar en el antisemitismo y fanatismo que Adolf Hitler utilizaría para ascender al poder-, tanto Waltz como el Secretario del Tesoro Bessett insisten en que se ha ofrecido a Ucrania “un acuerdo histórico”.
“Francamente, yo personalmente me he molestado porque tuvimos una conversación con el Presidente Zelensky, el vicepresidente y yo, los tres. Y discutimos este asunto de los derechos mineros, y les explicamos, miren, queremos estar en una sociedad conjunta con vosotros, no porque estemos tratando de robar a su país, sino porque pensamos que en realidad es una garantía de seguridad”, ha afirmado Marco Rubio, tratando de presentar la futura mejoría de la economía -imposible según los términos del acuerdo que Washington exige a Kiev que firme- como la garantía de seguridad que Estados Unidos está dispuesto a prestar, una idea muy alejada de la presencia militar que Zelensky exige como mínimo necesario para valorar la posibilidad de negociar el fin de la guerra con Rusia. “Si somos su socio en un importante esfuerzo económico, tenemos que recuperar parte del dinero que los contribuyentes han dado, cerca de 200.000 millones de dólares”, continuó Rubio, aportando una cifra que sobrestima notablemente la asistencia estadounidense, pero que está lejos de los 350.000 millones que Donald Trump asegura que se han invertido.
Rubio, como otros miembros del equipo de la Casa Blanca, no ha escondido el motivo de la ira estadounidense contra Zelensky. “Ahora tenemos un interés personal en la seguridad de Ucrania”, continuó Rubio relatando su versión de la reunión que mantuvo con el presidente ucraniano. “Y él dijo, claro, queremos hacer este trato; tiene todo el sentido del mundo, lo único es que tengo que ejecutar a través de mi proceso legislativo, tienen que aprobarlo. Dos días después leí que Zelensky decía: Rechacé el acuerdo; les dije que de ninguna manera, que no vamos a hacer eso. Bueno, eso no es lo que pasó en esa reunión”, sentenció el Secretario de Estado de Estados Unidos con una versión creíble teniendo en cuenta que Ucrania tardó días en cambiar de discurso. Tras recibir el documento el miércoles, Zelensky dio por hecha su firma y tras la reunión con Estados Unidos en Múnich el sábado, incluso pese a anunciar que el acuerdo no había sido firmado y se seguiría negociando, Andriy Ermak insistió en que se lograría el acuerdo. Horas después, Volodymyr Zelensky compareció junto a Lindsey Graham sin mostrarse contrariado por la efusividad con la que el senador anunciaba el beneficio económico que Estados Unidos lograría de la explotación de los minerales ucranianos. El cambio de narrativa no se produjo hasta este lunes, cuando se conoció que el expolio ni siquiera implicaría garantías de seguridad de Estados Unidos.
Tras pecar de soberbia anunciando grandes riquezas minerales -que ni siquiera están probadas- y de ingenuidad al declarar públicamente que el acuerdo sería firmado a la mayor brevedad, Zelensky viró hacia una postura dura que le ha costado una campaña mediática en su contra que quizá recupere algo de su popularidad perdida en Ucrania, pero que supone una grave problema para el país. Esta semana, la esperanza de Zelensky, que sigue confiando en su capacidad de convencer a sus interlocutores en las reuniones cara a cara, especialmente si se producen en Kiev a la vista de las heridas de guerra, ha sido la llegada de Keith Kellogg, encargado de la parte ucraniana de la negociación y, sin duda, la persona más favorable a la posición del Gobierno de Zelensky. El presidente ucraniano, que en su frenética actividad diplomática en busca de apoyo internacional ha conversado en 24 horas con los presidentes de Francia y Chequia y los primeros ministros de Finlandia, Noruega, Croacia y Polonia además de con el enviado de Donald Trump, mostró su optimismo tras la reunión y destacó los dos temas principales: las relaciones económicas y las garantías de seguridad, aspectos que él mismo quiso vincular y que a la postre han resultado ser los causantes de la situación actual.
“Un oficial ucraniano, un funcionario estadounidense y dos fuentes con conocimiento de la situación declararon a Axios que en los últimos días continuaron las negociaciones, y que Estados Unidos presentó a Ucrania una versión actualizada que abordaba algunas de las preocupaciones de Zelensky”, afirma el medio estadounidense, que se refiere a una versión “mejorada” del acuerdo de explotación mineral, pero que no da ningún detalle más allá de constatar que, según varias fuentes, la firma es a día de hoy más posible que hace unos días. “Una fuente con conocimiento de la situación dijo que varios de los ayudantes de Zelensky le han animado a firmar la propuesta actualizada para evitar un nuevo enfrentamiento con Trump y permitir al presidente estadounidense justificar el apoyo de Estados Unidos a Ucrania”, añade el medio en lo que posiblemente sea la parte más importante. La realidad es que Kiev se encuentra entre la espada y la pared y no puede permitirse rechazar un acuerdo con Estados Unidos, de quien no solo depende el suministro de asistencia militar, sino que ha de aprobar las ventas de armamento en caso de que la Unión Europea desee continuar el flujo y ha de suministrar la tecnología e inteligencia que hacen posible para las Fuerzas Armadas de Ucrania continuar luchando. En esta relación bilateral, es Estados Unidos quien tiene las cartas. Y hasta que llegue el momento de la firma, Donald Trump continuará presionando. “El viaje de Scott Bessett a Kiev fue en vano y Zelensky está haciendo difíciles los acuerdos”, sentenció el presidente estadounidense, que sigue sin rebajar la retórica contra su aliado ucraniano.
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