La actualidad política pasaba ayer por Turquía, donde además del espectáculo que se produjo alrededor del encuentro directo entre Rusia y Ucrania en Estambul se había producido una reunión informal de los ministros de Asuntos Exteriores de los países de la OTAN en la que Marco Rubio alabó a Donald Trump por su liderazgo e insistió en imponer la cifra del 5% del PIB en gasto militar que el líder estadounidense lleva meses exigiendo. Esa medida supondría para algunos países europeos aumentar la inversión en Defensa a más del doble de su gasto actual. Entre esos países se encuentra Alemania, cuyo nuevo canciller ya se ha mostrado partidario de seguir las órdenes de la Casa Blanca. Ayer, el sustituto de Annalena Baerbock al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, Johann Wadephul ratificó esa posición pese a las dificultades económicas que ha vivido el país en los últimos años, en parte por la renuncia voluntaria a una de las bases de la competitividad de su industria, la energía barata procedente de Rusia. Las prioridades de rearme, justificadas con la actual guerra y el escenario de paz armada que preparan para el día después de un posible acuerdo, determinan la política y el discurso de los países europeos.
Al contrario que sus aliados europeos de la OTAN, más centrados en frases vacías como la repetida “la pelota está sobre el tejado ruso” en la que ayer insistía Marc Rutte, Donald Trump añade a la exigencia de aumento del gasto militar la necesidad de lograr el final de la guerra. Su postura no está marcada por el pacifismo sino por el interés en centrarse en el enfrentamiento que verdaderamente le interesa y le preocupa: la contención de China. Tras horas de especulación, informaciones falsas sobre la hora en la que había de comenzar la reunión entre Rusia y Ucrania en Estambul e incluso un anuncio mediático de su inicio a media tarde y que resultó ser falso, Donald Trump se refirió a lo ocurrido a lo largo del día. Preguntado a su llegada a los Emiratos Árabes Unidos por si estaba decepcionado por la ausencia de Vladimir Putin en Turquía, el presidente de Estados Unidos respondió que “no. De hecho, dije: «¿Por qué iría él si yo no voy?». Porque yo no iba a ir. No planeaba ir. Iría, pero no planeaba ir. Y dije: «No creo que él vaya si yo no voy». Y resultó ser cierto… pero no creía que fuera posible que Putin fuera si yo no iba a estar”.
Pese al ego de Trump, la ausencia de Putin ayer en Turquía, que nunca estuvo prevista ya que no tenía sentido que los presidentes participaran en una reunión que siempre iba a ser preliminar, se debe más al mensaje que Rusia trata de proyectar que a la posibilidad de que se produjera un encuentro entre el presidente ruso y el estadounidense, deseado por ambos, pero cuyos equipos han insistido repetidamente que únicamente se producirá en el momento en el que haya algún avance. La política del espectáculo es capaz de dejar imágenes, y es probable que Zelensky aspirara a conseguir ayer una fotografía reprochando públicamente a Vladimir Putin su actuación desde la invasión rusa de Ucrania, pero difícilmente puede hacer progresar un proceso que ni siquiera ha comenzado. “Zelensky confirma el envío de una delegación ucraniana a Estambul pero descarta asistir al encuentro tras el desplante de Putin”, escribía ayer por la tarde Europa Press. Quizá el mayor éxito de Ucrania esta semana ha sido instalar en el discurso occidental esa idea, la del plantón de Putin a Zelensky, un giro de guion artificialmente provocado por la retorcida forma con la que Ucrania eligió interpretar la oferta rusa de negociación. El retorno a Estambul que Rusia proponía era un evidente guiño a las negociaciones de 2022, técnicas y políticas, en busca de un planteamiento de mínimos que posteriormente se finalizara en una reunión entre presidentes. De ahí que la presencia de Medinsky liderando un equipo con presencia civil, militar y de inteligencia no debiera sorprender, aunque fue rápidamente utilizado para favorecer la causa ucraniana durante toda la jornada.
Los contactos no habían comenzado aún y el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania advertía ya a Rusia del peligro de “tensar demasiado” las negociaciones. La prensa se agolpaba desde primera hora de la mañana ante el lugar en el que debía celebrarse una reunión para la que no había una hora pactada ni, por supuesto, un orden del día. Mientras la delegación rusa esperaba en Estambul, la ucraniana, encabezada por Volodymyr Zelensky e integrada por su mano derecha Andriy Ermak, el ministro de Asuntos Exteriores y el de Defensa, aterrizaba en Ankara sin intención de acordar con la parte rusa cómo se desarrollaría el día. El intento de imponer las condiciones no se limita a la resolución de la guerra, sino a la forma, lugar e incluso hora en la que pueden celebrarse los contactos.
“No ha habido cambios en los planes ucranianos desde el martes. La oficina de Zelensky me lo confirmó, y el propio presidente acaba de anunciar en la pista, tras el aterrizaje de su avión en Ankara, que se reunirá con el presidente Erdoğan y luego decidirá si su equipo se reunirá con los rusos en Turquía. La delegación ucraniana incluye al jefe de Estado Mayor, Yermak, y al menos dos de sus adjuntos; el ministro de Defensa, Umerov; el ministro de Asuntos Exteriores, Sibiha, y funcionarios de inteligencia”, escribió por la mañana Christopher Miller, corresponsal de Financial Times. De esa forma, Ucrania aplazaba cualquier contacto con la Federación Rusa hasta después de la reunión que mantendría Zelensky con el presidente turco pasado el mediodía y que se alargó durante más de tres horas. Es de suponer que el presidente ucraniano trasladara a Reccip Tayyip Erdoğan las condiciones de Ucrania para la negociación y las líneas rojas de la resolución de la guerra, ya que el líder turco es considerado por ambos países una figura capaz de ejercer la mediación. Erdoğan ha defendido a Ucrania contra Rusia, entregó a Prokopenko y el resto de los cuadros de Azov a Zelensky pese al acuerdo según el cual debían permanecer en Turquía hasta el final de la guerra, defendió la adhesión del país a la OTAN e insiste repetidamente en que Crimea ha de ser devuelta a Kiev. Sin embargo, Turquía no se ha unido a las sanciones contra Rusia, sigue comerciando con la Federación Rusa, de la que adquirió sistemas S-400 de defensa aérea que se ha negado a entregar a Kiev pese a las plegarias de Zelensky. Incómodo en ocasiones para ambos, tanto Rusia como Ucrania son conscientes de que precisan de mediadores capacitados, con un mínimo conocimiento del conflicto y que no ofendan a los centenares de miles de muertos y heridos alegando, como hace Donald Trump, que esta es “una guerra estúpida”.
Tras su encuentro con Erdoğan, Zelensky confirmó lo que la prensa ya había publicado el día anterior: aunque Vladimir Putin no acudiera a Turquía y el presidente ucraniano rechazara reunirse con ningún otro representante ruso, una delegación ucraniana sí acudiría a la reunión con la delegación de Moscú. De la misma forma que Vladimir Putin no podía permitirse no reaccionar al ultimátum europeo del alto el fuego de 30 días sin una propuesta que fuera considerada de paz, Volodymyr Zelensky no podía no enviar a un equipo de trabajo a reunirse con la delegación rusa, especialmente después de las moderadas palabras de Donald Trump, que no condenó la actuación rusa ni la ausencia de su presidente en Turquía.
Prácticamente coincidiendo con el anuncio de Zelensky de que Rustem Umerov, ministro de Defensa, se dirigía a Estambul a la reunión, en la que el “mandato” era el alto el fuego, Vladimir Medinsky se dirigía a la prensa a la hora que previamente había anunciado. La comparecencia del asesor de Putin y exministro de Cultura, muy cuestionado por la población rusa por su actuación considerada como excesivamente blanda durante las negociaciones de 2022, buscaba seguir marcando las diferencias entre la postura y la actitud de los dos países. En este juego en el que ambos buscan lo mismo, que se perciba a la otra parte como el obstáculo a la paz, Medinsky no reaccionó a las declaraciones de Zelensky, que calificó la delegación de “farsa” y cuestionó su capacidad de tomar decisiones “porque ya sabemos quién toma las decisiones allí”, sino que insistió en marcar los objetivos y abrir la puerta al compromiso. Como ya habían insistido tanto Vladimir Putin como Sergey Lavrov, la intención de Rusia no es un cese temporal de la guerra, sino la búsqueda de una resolución definitiva, aspecto en el que sus intereses chocan con los de Ucrania, que desea un parón que no implique la firma de un tratado que haga oficial la pérdida de territorios o la renuncia a la OTAN, principales objetivos rusos. Sin embargo, pese a las evidentes contradicciones entre las posiciones de las partes, Medinsky quiso insistir en que “la delegación está constructivamente dispuesta a buscar posibles soluciones y puntos de compromiso”.
Desde Ankara, el discurso ucraniano seguía ciñéndose a la exigencia. “Hoy, Rusia demostró una vez más que no pretende poner fin a la guerra, al enviar una delegación de representantes de bajo nivel. Además, este enfoque ruso es una falta de respeto hacia el mundo y hacia todos los socios. Esperamos una respuesta clara y contundente de nuestros socios”, escribió Zelensky, que en su comparecencia exigió sanciones de Estados Unidos, la Unión Europea y los países del Sur Global si “Rusia no demuestra una voluntad real de terminar la guerra”. Horas antes, condensando en un post todo el discurso ucraniano y europeo de esta semana, Anton Geraschenko, asesor de Arsen Avakov en sus años de ministro del Interior y hombre vinculado tanto a Myrotvorets como a la introducción de Azov en la Guardia Nacional en 2014, había escrito que “Putin propuso celebrar negociaciones directas en Turquía el 15 de mayo. El presidente Zelensky con su equipo llegó a Turquía. Putin está ausente. En su lugar, envió una delegación no representativa, sin poder de decisión. ¿Quiere Putin lograr la paz y detener la guerra? La respuesta es obvia: no”. Cualquier delegación que no estuviera encabezada por Vladimir Putin y que no acudiera a Turquía a ratificar que acepta el alto el fuego de 30 días que exige Ucrania siempre iba a ser considerada una prueba evidente de que Rusia no quiere la paz y argumento suficiente para exigir el refuerzo de unas sanciones que nunca se han detenido. Ucrania, que acudía a Turquía con la certeza de que Vladimir Putin no iba a plegarse al caprichoso deseo de Zelensky, lo hacía también con una posición de bloqueo, negociar únicamente la aceptación rusa del alto el fuego que han ordenado los países europeos. Todo ello como estrategia de dilación, una forma de ganar un tiempo deteniendo los actuales avances rusos en Donbass y, sobre todo, de justificar la exigencia de sanciones aún más duras. El objetivo es siempre el mismo, presentar a Rusia como el único obstáculo a la paz, exigir medidas coercitivas y, quizá, conseguir que se active la parte del plan Kellogg-Fleitz que prometía a Ucrania un incremento masivo del flujo de asistencia militar en caso de que Rusia no aceptara negociar o no lo hiciera de buena fe. Esa sigue siendo la esperanza de Ucrania y los países europeos.
Mientras Medinsky y el resto de la delegación llevaban prácticamente 24 horas en Estambul y esperaban la posible llegada de Rustem Umerov, el presidente Zelensky sentenció afirmando que “espero que la reunión con la delegación rusa tenga lugar y no sea solo para el espectáculo. Y que se encuentre finalmente el momento para conversaciones de verdad”. Zelensky, que limitó los temas que la delegación podía tratar con los representantes rusos a uno, aceptar el alto el fuego, dejó la puerta abierta a la continuación de los contactos a lo largo de hoy viernes. Tras todo un día de especulación, reproches e insultos cruzados, no hubo primera reunión entre las delegaciones de Rusia y Ucrania. Según la prensa turca, las reuniones de hoy serán trilaterales con la participación de Estados Unidos o Turquía. Las perspectivas son inciertas. «Ojalá me equivoque al 100% y mañana traiga un alto el fuego y verdaderas conversaciones. Sinceramente, lo dudo», sentenció ayer Marco Rubio.
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