El movimiento revolucionario se nutre del análisis científico y la pasión transformadora. Sin embargo, surge una figura paradójica y perniciosa: el individuo que adopta posturas teóricas radicales como adorno identitario o entretenimiento intelectual, divorciado por completo de la praxis revolucionaria concreta. Desde la óptica marxista-leninista, esta actitud no es una simple peculiaridad, sino una desviación idealista que debilita la lucha de clases y merece una crítica implacable desde múltiples frentes.
La traición al materialismo dialéctico: idealismo disfrazado de rojo
- Abstracción alienante: Estos "revolucionarios" congelan la teoría en un fetiche. Discuten citas de Marx o Lenin como fin en sí mismo, sin aplicarlas al análisis concreto de la realidad concreta (como exige Lenin en "El Estado y la Revolución"). La realidad material – las condiciones de vida de las masas, la correlación de fuerzas, la estructura del Estado burgués – queda fuera de su campo de visión.
- Negación de la praxis: La esencia del marxismo es la unidad de teoría y práctica. "Sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario. Pero sin práctica revolucionaria, la teoría es estéril." Su "revolucionarismo" es pura contemplación pasiva, negando la Tesis XI sobre Feuerbach: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo."
- Hegemonía burguesa internalizada: Al reducir la revolución a un juego intelectual o un rasgo de personalidad, internalizan la lógica burguesa del individualismo y el escapismo. Su "radicalismo" se convierte en un producto cultural más del sistema que dicen combatir, inofensivo y fácilmente absorbible.
La negación del rol del Partido y la Vanguardia: el subjetivismo anarquizante
Culto al individualismo: Su "revolucionarismo" es un acto solipsista, centrado en su autopercepción o su círculo intelectual. Niegan la necesidad leninista de un partido de vanguardia disciplinado, basado en el centralismo democrático, como instrumento científico para analizar, organizar y dirigir la lucha de masas.
Desprecio por la conciencia de clase: Lenin insistió en que la conciencia socialista no surge espontáneamente en la clase obrera, sino que debe ser introducida "desde fuera" por la vanguardia. Estos idealistas, al no trabajar para elevar la conciencia de las masas ni organizarlas, perpetúan la fragmentación y la dominación ideológica burguesa.
Falta de programa, estrategia y táctica: Revolución no es un sentimiento vago, es un proceso científico. Exige un programa claro de reivindicaciones transitorias y una estrategia que defina el camino al poder (reforma o ruptura, lucha legal e ilegal). Su inacción e incapacidad para pensar tácticamente (alianzas, momentos de ofensiva/defensa) los convierten en obstáculos objetivos para la acumulación de fuerzas.
La pequeñoburguesía como base social: comodidad y privilegio
Luxuria del radicalismo: Su inmovilismo suele tener raíces materiales. Provienen de capas pequeñoburguesas (intelectuales, estudiantes acomodados) cuya posición no les exige una lucha inmediata por la supervivencia. Su "revolución" es un lujo intelectual, no una necesidad vital. Como señaló Marx, "el ser social determina la conciencia". Su posición de relativo privilegio les permite jugar a la revolución sin arriesgar nada.
Miedo a la consecuencia: Profundizar en la táctica y la estrategia implica confrontar la realidad del poder estatal burgués, la represión, y la necesidad de sacrificio y disciplina. Su idealismo es un refugio contra el compromiso real y sus riesgos.
Desconexión de las masas: Viven en una burbuja. No conocen ni se integran a la clase obrera, al campesinado o a los sectores populares. Su "revolución" no surge de las necesidades sentidas de las masas, sino de sus propias elucubraciones o aspiraciones estéticas. Reproducen el desdén intelectualista hacia el pueblo trabajador.
Consecuencias políticas: parálisis y desmoralización
- Desarme ideológico: Su discurso radical pero vacío de acción concreta confunde y desmoraliza a quienes buscan un camino revolucionario serio. Generan escepticismo: "Si estos que saben tanto no hacen nada, ¿para qué luchar?"
- Obstáculo para la unidad: Su enfoque individualista y su rechazo a la disciplina necesaria para la lucha obstaculizan la construcción de la unidad de acción y de las organizaciones sólidas que requiere la clase obrera.
- Servicio objetivo a la reacción: Al paralizar el potencial revolucionario en su entorno y generar cinismo, su inacción consolida el statu quo. Son, en la práctica, fuerzas conservadoras vestidas de rojo.
Más allá del salón, la lucha de clases
El marxismo-leninismo no es un club de debate ni una identidad cool. Es la guía para la acción encaminada a destruir el Estado burgués, instaurar la dictadura del proletariado y construir el socialismo. Quienes reducen esta poderosa ciencia a un pasatiempo o un adorno personal no son revolucionarios, sino idealistas cómodos, producto y sostén de la sociedad que pretenden criticar.
La tarea urgente es denunciar esta desviación, reafirmar la primacía de la praxis organizada y la construcción de la vanguardia revolucionaria arraigada en las masas. Como nos enseñaron los clásicos, la emancipación de la clase obrera será obra de la clase obrera misma, guiada por la teoría científica y organizada en su partido. Frente al inmovilismo idealista, la respuesta es, y siempre será: ¡Organización, programa, estrategia y lucha de masas! La revolución no se hace en el salón, se hace en la fábrica, en el campo, en la calle.
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