sábado, 7 de marzo de 2020

Masacre Vitoria 76: así se construyó la Transición española

Uno de los heridos de bala escribió la palabra JUSTICIA con su sangre.

Franco había muerto hacía menos de 2 meses y el rey Juan Carlos acababa de ser proclamado jefe de estado, pero Franco ya había avisado: “todo está atado y bien atado”. Con la muerte del dictador nada cambió, el obrero tenía que trabajar en unas condiciones inhumanas que se agravaron muchísimo tras la crisis del petróleo del 73. Los precios se dispararon hasta llegar a superar la inflación interanual el 25%, mientras los salarios quedaban prácticamente congelados asfixiando a unos obreros que ya no consiguen llegar a fin de mes.

A finales del 75 una serie de trabajadores pertenecientes a 10-15 fábricas (los trabajadores de
Forjas Alavesas fueron los impulsores) se reúnen en el monte, en la semi -clandestinidad, para crear una plataforma reivindicativa. Las reivindicaciones básicas eran: 5000-6000 pesetas de aumento lineal (igual para todos los trabajadores independientemente de su cualificación o salario),  40 horas semanales dejando de trabajar los sábados, cobrar el 100% del sueldo en caso de accidente o enfermedad y jubilación en algunas fábricas a los 60.

Al día siguiente de reyes se presenta la plataforma y estalla la huelga. La principal característica de dicha plataforma fue su organización horizontal y el estar representada por unas comisiones representativas elegidas por la asamblea, siendo uno de los mejores ejemplos del movimiento que se conoció con el nombre de Autonomía Obrera. El primer problema que se encuentran es que las empresas se niegan a negociar con los trabajadores porque quieren seguir negociando, como siempre,  con los jurados de empresa que siempre se mostraron tan fieles a la patronal y al régimen. Ante la firmeza de los trabajadores los empresarios tuvieron que ceder y empezar a negociar con las comisiones, pero se encuentran con un nuevo problema, dichas comisiones son simples portavoces de los miembros de la asamblea sin  ningún poder de decisión, por lo que tras cada oferta de los empresarios, ellos se limitaban a tomar nota para proponerlo en la asamblea de los trabajadores, provocando la indignación de los empresarios acostumbrados a otro tipo de funcionamiento.

Poco tardaría en llegar los primeros despidos y detenciones, por lo que la solidaridad con los compañeros represaliados se convirtió en un nuevo campo de batalla. Los trabajadores pese a la huelga no podían estar más atareados, por la mañana asambleas en cada barrio, por la tarde asamblea general de todas las empresas en huelga y después de la asamblea, manifestaciones que acababan casi siempre en auténticas batallas campales.

Así llegamos al tristemente famoso 3 de marzo, la huelga general convocada para ese día es todo un éxito, la ciudad de Vitoria está paralizada gracias a la solidaridad de toda la ciudad con los trabajadores en lucha, los enfrentamientos con la policía se suceden desde por la mañana y por la tarde está la asamblea general convocada en la iglesia de San Francisco. Los curas, a diferencia de los cuervos parásitos y retrógados en  que se han convertido la mayoría de ellos hoy en día, se vuelcan con los obreros cediendo las iglesias para la realización de las asambleas. Ese día se calcula que unas 5000 personas abarrotan la iglesia, quedando varios miles más en el exterior por falta de espacio.

Entonces empieza la masacre, los policías cargan contra los trabajadores que se encuentran en el exterior, al ganar la posición empiezan a tirar pelotas de goma y gases lacrimógenos dentro de la iglesia provocando el pánico de los que se encuentran en el interior de la misma, al salir la gente los policías les reciben con porrazos, pelotas de goma de 3 tipos distintos (las normales, una más grandes también de goma y unos balines metálicos) y armas de fuego. El resultado fueron 5 obreros muertos y más de 100 heridos (por lo menos 45 de armas de fuego). Los policías por la emisora privada se felicitaron por haber “contribuido a la paliza más grande la historia”, por haber provocado una “masacre” y por haber disparado “más de 2000 tiros”.

Entre los máximos responsables figuran:

-Manuel Fraga Iribarne, ministro de Gobernación, también conocido popularmente como el asesino de Grimau, fue uno de los fundadores del partido de extrema derecha Alianza Popular (posteriormente Partido Popular) y presidente de la Xunta, para nuestra vergüenza, durante 15 años.

-Rodolfo Martín Villa como Ministro de Relaciones Sindicales, este “angelito” también fue Jefe Nacional del Sindicato Español Universitario. Antes de militar en UCD, demostró su carácter democrático participando en la FET y de las JONS, es decir, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Fue conocido como “la porra de la transición”, fue el “padrino” del super comisario Conesa (conocido torturador), participó en el montaje del caso Scala para criminalizar al movimiento libertario, fue presidente de Endesa cuando se terminó de privatizar (no hace falta explicar las extrañas conexiones entre los políticos y las empresas energéticas) y para honor de todo anarquista, afirmó: “no me preocupa ETA, quienes de verdad me preocupan son los anarquistas y el movimiento libertario”.

– Alfonso Osorio, Ministro de la Presidencia, gran demócrata que después de pasar por la FET y de las JONS, pasó por UCD, Alianza Popular y Partido Popular (ya se sabe que todos estos partidos son de una línea política similar), fue presidente de Renfe, vicepresidente de la British Petroleum, y agraciado con la Orden de Malta y las Grandes Cruces de Carlos III, Isabel la Católica, San Raimundo de Peñafort y la del Mérito Civil, órdenes muy merecidas ya que su forma de hacer política es muy parecida a la seguida por la Reina de Castilla en el siglo XV. Está tan orgulloso de sus asesinatos que se permitió el lujo de escribir varios libros sobre la transición que evidentemente yo no pienso leer.

Para mayor humillación de los trabajadores, Fraga y Martín Villa tuvieron la poca vergüenza de ir a visitar a los heridos al hospital, fueron grabados por la televisión y difundidos por los medios de comunicación del régimen. Como ejemplo, señalar que el periódico ABC puso como portada del 4 de marzo el partido de fútbol que jugó el Madrid en Duseldorf (el opio del pueblo terminó en un “meritorio empate” a 2) y todo lo que escribió sobre la huelga fue para hablar de destrozos y para criminalizar a los obreros.

Esta matanza sería el fin de las protestas, las empresas conceden la mayoría de las propuestas realizadas por los trabajadores y los convenios siguientes que se firmaron fueron de los mejores que se alcanzaron en la historia de Vitoria, pero la lucha termina y nunca más, hasta el día hoy, se consiguió una unidad y solidaridad semejante entre los trabajadores. Una victoria que no fue sentida como tal.

Los numerosos detenidos tuvieron que cumplir 5 meses de prisión hasta que se les excarceló por la amnistía concedida en el 76. Uno de los mejores ejemplos de la solidaridad vivida durante estos 2 meses fue la caja de resistencia creada, una caja de resistencia muy potente que no sólo sirvió de ayuda a los huelguistas con mayores apuros económicos, sino que también ayudó a los presos y a los miembros de las comisiones representativas que se tuvieron que pasar a la clandestinidad porque estaban perseguidos por la policía.

Para la historia quedan las grabaciones internas de la policía que, evidentemente, no tuvieron ninguna consecuencia penal, ya todos sabemos lo que fue la “Transición Española”, unas grabaciones que todos deberíamos conocer:

Fraga se limitó a afirmar: “la responsabilidad de los que siguen echando a la gente a la calle, con mensajes de un tipo o de otro, les corresponde íntegra, en cuanto a resultados trágicos, como los que hemos vivido en Vitoria”.

Al entierro de los trabajadores acudieron decenas de miles de personas, o como dirían los asesinos que controlaban el acto por la radio “va pasando la gente pero van en masa eh, ocupan la calle yo no sé ya los miles que van pasando, todos los brazos en alto con la V, ¡Impresionante!”, “¿Cuánta gente viene? No lo veo, porque ocupan toda la calle y no veo el fondo”. Al parecer los miles de manifestantes les gritaban “asesinos, cobardes, ahora por qué no venís” mientras levantaban el brazo con 2 dedos en alto. Los policías se ponen nerviosos “pero ¿cómo se puede seguir consintiendo toda esta manifestación y todos estos gritos y toda esta masa?, ¿vamos a estar así, hasta que terminen de pasar?”, “¿Piensan pasearlos (los cadáveres) por toda Vitoria o qué? Me temo que sí. Muy bien, muy bien, un aplauso”, así como promesas de venganza “ahora bien, estos no se van de rositas, eh, porque estos hay unos grupos por ahí metidos que tendremos que (palabra incomprensible fácilmente imaginable)”, “Si llegan a mi altura, como vienen sin cadáver, procedo desde luego a disolverlos”. Parece ser que no habían tenido bastante con la masacre recién realizada.

Desde entonces, todos los años se celebra en Vitoria una manifestación en recuerdo de los obreros asesinados y solicitando que se juzgue a los responsables. Manifestaciones en las que a veces se producen cargas y detenciones, para recordarnos que no hay grandes diferencias entre la ertzantza de hoy en día y los grises del pasado.

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