viernes, 19 de octubre de 2018

Muere en un accidente de tráfico un implicado en la desaparición de Khashoggi

Nueva vuelta de tuerca inquietante en el caso Jamal Khashoggi, tras la muerte de uno de los sospechosos de la desaparición forzada del periodista saudí, en el consulado de su país en Estambul. Mashal Saad al-Bostani, un oficial del ejército del Aire saudí, de 31 años, habría perdido la vida en un supuesto accidente de tráfico, en Riad, según el diario turco progubernamental, Yeni Safak. Al Bostani formaba parte del comando de quince hombres enviado a Estambul desde Arabia Saudí y que permaneció menos de veinte horas en Turquía con la misión exclusiva de interceptar al periodista crítico durante su cita programada en el consulado, el pasado dos de octubre.

Mientras tanto, la policía científica turca habría completado su inspección de la residencia oficial del cónsul saudí. En ella habrían recalado varios coches salidos del consulado, en su camino al aeropuerto, en el día de los hechos. Un vecino del cónsul aporta ahora un dato no menos espeluznante: “Llevamos doce años viviendo aquí y no recordamos que jamás
hubiera una barbacoa en esa casa. Pero ese día hubo una barcacoa”. El dato lo recoge de viva voz la columnista, Merve Şebnem Oruç, del diario Daily Sabah, bien relacionado con el gobierno turco y uno de los que más filtraciones está transmitiendo.

Mashal Saad al-Bostani formaba parte del comando de quince hombres enviado a Estambul desde Arabia Saudí con la misión exclusiva de interceptar al periodista

En su regreso al consulado, el equipo de investigación turco se centró también en el jardín de la embajada en busca de pistas, con la ayuda de perros. Asimismo, según medios como Al Yazira, que también dependen de filtraciones, la policía habría corroborado la identidad de más de la mitad de supuestos miembros del escuadrón de la muerte gracias a sus huellas dactilares. Según filtraciones que hasta ahora no han ido acompañadas de pruebas, Jamal Khashoggi habría sufrido una paliza, antes de ser mutilado y despedazado.

Pero las pesquisas en busca de sus restos ya no se reducen a Estambul. Uno de los cochazos de once plazas ahora buscados, habría sido visto en Yalova, una zona vacacional a varias decenas de kilómetros al sur de Estambul, en el lado asiático, favorecida por el turismo saudí. Un chalet de la localidad estaría en la diana, así como el Bosque de Belgrado, allí donde termina Estambul. Las cámaras de tráfico habrían permitido reconstruir el itinerario de los vehículos sospechosos.

Un vecino del cónsul: “Llevamos doce años viviendo aquí y no recordamos que jamás hubiera una barbacoa en esa casa. Pero ese día hubo una barcacoa”

El poder turco ha dosificado la información con tal maestría, que más allá del misterio del crimen en sí, algunos empiezan a preguntarse qué tipo de compensación espera Turquía. Bien de Arabia Saudí, bien de su protector estadounidense, o de ambos, en un momento de fuerte desaceleración de la economía turca y con el flanco kurdo abierto en Siria. La oportuna liberación del predicador estadounidense, Andrew Brunson, podría servir de excusa para una pronta mejora de relaciones por parte de Washington, tras un lustro de batalla insomne contra Erdogan. El poder turco, acostumbrado a sobrevalorar sus fuerzas, sueña con hacer políticamente inaceptable lo que hasta ahora se daba por seguro: la sucesión en el trono saudí de padre a hijo -para variar- del Rey Salmán al príncipe Mohammed Bin Salmán, azote de todo lo más querido por Erdogan en política internacional. Es este un trofeo que todavía parece inalcanzable, aunque el cambio de percepción en la prensa internacional es ya un hecho consumado. Asimismo, Riad también se mueve y según publica The New York Times, pretende cargar las culpas de la ejecución extrajudicial al general Ahmed al-Assiri, un oficial de inteligencia próximo a Bin Salman, para salvar a este. Según este relato, Al-Assiri se habría extralimitado o habría malinterpretado las órdenes del “príncipe reformista”, que apenas querría secuestrar a Khashoggi y devolverlo a la fuerza al reino, como a tantas otros, para interrogarlo.

La columna póstuma de Khashoggi en The Washington Post , por cierto, prueba que sus filias políticas se correspondían milimétricamente con las fobias del actual poder saudí. Sus mejores elogios los dedicaba a los medios de Qatar -país bajo bloqueo de Arabia Saudí, que tiene a la qatarí Al Yazira como bestia negra. Y a continuación, al jardín aplastado de las Primaveras Árabes y a su rosa tunecina, la única flor superviviente. Con el inestimable apoyo, claro está, de los gobiernos de Turquía y Qatar, valedores internacionales de la cofradía de los Hermanos Musulmanes, perseguida a muerte por la monarquía saudí y los vecinos Emiratos Árabes Unidos.

La Vanguardia

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